miércoles, 23 de marzo de 2011
Downton Abbey; impecable, exquisita, perfecta
Hay una palabra para definir a la serie británica "Downton Abbey" y esa palabra es PERFECCIÓN. Perfección en ambientación, en diálogos, en historia, en actuación y en todo lo imaginable. Esa elegancia, tono y parafernalia no es soportado en numerosas ocasiones por un público acostumbrado a otra serie de cosas, en muchas ocasiones mamarrachadas de la peor clase que prefiero no nombrar.
"Downton Abbey" nos cuenta la vida y milagros de una familia adinerada, muy adinerada (los Crawley) y sus numerosos sirvientes, teniendo igual protagonismo en la historia tanto unos como otros pero siendo el pilar fundamental Lord Crawley (Hugh Bonneville), su esposa (Elizabeth McGovern) y sus tres hijas. No es que menosprecie a los sirvientes, todo lo contrario, declaro mi amor a la estupenda Anna (Joanne Froggatt) y un amor/odio perpetuo a Thomas (Rob James-Collier) pero siempre me ha ido más la parafernalia falsa y los buenos modales de malas ganas de los ricachones además de sus vidas atormentadas y problemas sentimentales. En este aspecto Lady Mary (Michelle Rockery), la hija mayor, se lleva la palma. La búsqueda de marido y la llegada del nuevo heredero de Downton, Matthew (Dan Stevens), la amargan aún más en su jaula de oro y se demuestra lo grande que es. Sus dos hermanas tienen menos protagonismo en un principio pero poco a poco se va viendo lo que van a aportar, la mediana, Lady Edith (Laura Carmichael) a la sombra de la primogénita y la pequeña (y guapísima) Lady Sybil (Jessica Brown-Findlay) feminista por decisión propia, un aplauso.
Maggie Smith es la estrella en la sombra, la "robaescenas" oficial y la reina de la función en cada aparición. Como he dicho, los sirvientes completan un círculo por el que van pasando personajes de toda clase y condición mientras la propia serie destila unos aires de grandeza que no solamente consigue sino que los sobrepasa con creces y lo que en un principio parece algo muy bonito y placentero se transforma en un vicio total y absoluto a partir de un magistral y sublime tercer episodio.
"Downton Abbey" se cree la octava maravilla del mundo... y lo es. Cada frase gesto y escena están medidas de tal manera que parece mentira que la fluidez y el desparpajo naveguen viento en popa y a toda vela, lo cierto es que no es tan extraño, los ingleses ya sabemos como son. Una enorme cantidad de personajes en un ambiente inmejorable donde uno no puede evitar sentirse fascinado ante cada giro y gesto.
La perfección puede ser su tumba en un futuro puesto que alguna pieza del círculo fallará tarde o temprano y muchos son los que se asustan ante una serie de época que les sobrepasa en todos los sentidos y que se cree la más lista del lugar pero la familia Crawley y sus orgullosos sirvientes tienen todavía mucho que contar, espero que así sea porque estamos ante una joya que no hay que dejar escapar.